Arte y Espectáculos

“Toda esa sal en la piel”: pensamientos en blanco y negro de una madre sola

El unipersonal, en el que actúa Paula González, dirigida por Cecilia Dondero, es la historia de una madre desesperada que va al reencuentro de su hija. La puesta en escena refuerza la forma de sus pensamientos quebrados.

“Es una obra que te invita a sentir. Es simple y compleja a la vez. Te llega, te atraviesa, te moviliza, te hace pensar, reflexionar, empatizar. El texto es una preciosura”. Así resume la directora Cecilia Dondero los aciertos de “Toda esa sal en la piel”, la obra que dirige y que sube a escena todos los miércoles a las 21.30 en Cuatro Elementos (Alberti 2746).

Con la actuación de Paula González, la pieza tiene dramaturgia de Mercedes Méndez y es la historia de una madre que, de buenas a primeras, recibe la noticia de que su hija se accidentó. Atravesada por mil pensamientos, cruza la ciudad para verla. El drama se centra en el viaje de esa mujer sola y de su historia: culpa, mandatos, historia familiar y deseos se mezclan de manera desordenada en el discurso de esta madre angustiada.

De gran belleza, la puesta en escena apunta a mostrar los quiebres, los fragmentos, las texturas y el desgarro de esa mujer: siempre en blanco y negro. La directora decidió que sea a través de proyecciones abstractas el modo en que el público se meta en la cabeza del personaje. Esas proyecciones abstractas surgen de un proyector analógico, diapositivas mediante.

“En un principio imaginé proyecciones audiovisuales, hologramas que la atraviesen, dibujos abstractos hechos a mano y animados, imágenes sutiles que acompañaran los estados de esta mujer, que generen escenarios de manera no tan figurativa. Y llegó a mi un proyector analógico de diapositivas, que era de mi abuela Porota. Llegó mágicamente en el momento justo”, narró Dondero, en una entrevista con LA CAPITAL.

“Cerraba lo blanco y negro, las luces y las sombras. La proyección, todo es proyección: la luz, el sonido, lo que ella proyecta en la hija, la proyección de lo que puede suceder, de las promesas como súplicas, de la tragedia”, siguió.

La investigación sobre la forma de las diapositivas le llevó meses. “Investigué en casa, recortando papeles, con tijeras, cutter, a mano, cada cosita en miniatura se transformaba al proyectarse en la pared del teatro, sobre el cuerpo de Pau y nos daba información nueva. Trabajé con gelatinas de colores de los tachos de luces de los teatros, con pedazos de folio, plásticos, que generaban como un filtro que aportaba suciedad. Fue mucha prueba y error, y por suerte ¡prueba y acierto! Un día aparecieron las grietas, las líneas rotas, la elección del acento de color y todo se terminó de ordenar”.


“Aparecieron las grietas, las líneas rotas, la elección del acento de color y todo se terminó de ordenar”


-¿Por qué decidiste llevar esta historia a escena?

-En agosto del 2021, Mercedes Méndez, la autora de Toda esa sal en la piel nos comparte a Paula González y a mí su texto con ánimo, de que, si nos interesaba, lo podamos poner en escena. Su idea era que Paula dirija y yo actúe, roles que venimos ocupando los veinte años que hace que hacemos teatro juntas. Ambas leímos el texto y nos enamoró inmediatamente, y Pau me pidió actuarla y que yo la dirigiera. Acepté el desafío, llena de preguntas.

-¿Qué temas aborda que a vos, como directora, te interesaban abordar?

-Al leerla por primera vez, lloré y reí. Me llegó directa y profundamente, me emocionó muchísimo. Me sentí identificada en varias situaciones como hija, madre, mujer, amiga, hermana, recordé situaciones que le han pasado a amigas y hermanas. Todas hemos atravesado traumas familiares, desamores, miedos, angustias, la desigualdad de género. Muchas mujeres viviendo la maternidad en soledad, encontrando el amor y refugio en los lugares menos pensados, en el abrazo de otras mujeres y descubriendo belleza y sentido en momentitos de la vida cotidiana. Me atrevo a decir que, a Pau y a Florentina Peralta, nuestra gran asistente, les pasó lo mismo.


El unipersonal, en el que actúa Paula González, es la historia de una madre desesperada que va al reencuentro de su hija.


-El sonido que genera cada diapositiva al ser pasada interviene en el drama, es un sonido dramático, ¿por qué decidiste dejarlo?

-Sí. El sonido del paso de diapositivas es un elemento narrativo más. A mí, a las chicas, a la gente que nos acompañó en el proceso de los ensayos (entre ellos Santiago Maisonnave, a quien agradecemos su indispensable colaboración artística) y ahora charlando con les espectadores luego de las funciones, esos sonidos nos remiten a diferentes cosas: objetos como tomógrafos, máquinas de escribir, sensaciones de cambio de página, de estados, recuerdos del pasado. Y me parece hermoso que cada espectador lo asocie a lo que se le venga primero a la cabeza y a su percepción sensorial menos racional, y que esos sonidos se complementen con lo que están viendo en la puesta, con lo que están escuchando del texto y viviendo junto con esta mujer. Apenas nos pusimos a ensayar apareció la idea de que haya sonidos chillantes, penetrantes, que aturdan para sumar al estado interno del personaje.

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